lunes, 27 de abril de 2009

la última mirada--Silencio

MARÍA CRISTINA DALBES

LA ÚLTIMA MIRADA

La última mirada
es la apertura
de un rasgado
del aire
y sus herencias


diferente al dolor
y sus procesos custodiando
un espacio
y un presente…


(Memoria entre
las fugas disecadas señalando ese oficio
ta anstado
de ser…)

La última mirada -todavía- ha de volver en un jazmín de estrellas


o en las neblinas
multiples de las
malvias, desde las
verdes pestañas
de los tilos…





SILENCIO




Encallan los silencios
su tránsito de soles
cercando tiempo
y sombra
como una sombra más


en un juglar
de rocas tan frías,
tan dormidas
desintegrando
el alma
en un tropel
audaz
bajando las borrascas sujetas a siniestros
en un deliberado
motivo-adversidad…


Rivadavia 731
1617 Gral. Pacheco
Pcia. de Buenos Aires

Niños

JOSÉ NAROSKY
NIÑOS
Que tus hijos vean en ti, cuando niños, una fuerza que los ampare.
Cuando adolescentes, una inteligencia que enseñe,
Cuando hombres, un amigo que aconseje.
CONFUCIO

Hay niños huérfanos cuyos padres viven.
Cuando mis hijos me ven amigo, me siento padre.
El dolor infantil tiene todos los ingredientes del dolor adulto.
Cuando la mejor causa mata a un niño, mueren a causa.
Quien defrauda a un niño, asesina ilusiones.
En el hombre que somos siempre estará niño que fuimos.
El mejor obsequio a un niño es regalarle felicidad.



La ingratitud de los hijos nunca contagia a los padres.
Amar a los niños no significa comprenderlos.
Un niño mató un jilguero. ¡Cuánto murió en el niño!
Los padres juzgan a sus hijos por sus valores. Los hijos suelen juzgar a sus padres por sus carencias.
Lo que faltó en la infancia siempre faltará.
Brindar cariño a un niño es una manera de enseñarle.


De “Aforismos de oro”-editorial El Ateneo-2005.

Caruso--El pequeño delfín

HIPÓLITO LÓPEZ
ENRICO CARUSO
El más grande de los tenores de todos los tiempos, nació en Nápoles el 27 de febrero de 1873. De familia pobre y numerosa, pues sus padres tuvieron 19 hijos, de los que sólo sobrevivieron tres logró estudiar y debutar en la ópera “El amigo Francisco”, de Francisco Morelli, en el Teatro Nuevo de Nápoles, en noviembre de 1894. También cantó “La Gioconda”, de Ponchielli y “La Boheme”, de Puccini.
En 1899 estuvo en Buenos Aires y actuó en el teatro de la Opera e interpretó la obra”Yupanky”, de Arturo Berutti que dirigió Eduardo Mascheroni y, en otra ocasión, allí mismo cantó”Fedora”, de Giordano. También actuó en el teatro Colón de Buenos Aires, en los años 1915 y 1917. En 1909 debió ser intervenido quirúrgicamente de sus cuerdas vocales, que mermó algo el brillo de su voz, que fue superando profesionalmente en la interpretación de los personajes elegidos.
Su repertorio artístico abarcó 40 obras de distintos autores clásicos. Su última actuación fue el 24 de diciembre de 1920 en elMetropolitan de Nueva York. Falleció en Nápoles, Italia, el 2 de agosto de 1921.
Su generosidad no tenía límites. Público y colegas lo admiraron en vida y lloraron su muerte. Fue ídolo en todos los teatro que visitó y llegó a convertirse en un mito, hoy inalcanzable.
Lavalle 1549, piso primero, capital Federal (1408) –Biblioteca


ANALÍA BOUDET
EL PEQUEÑO DELFÍN
Había una vez… un y travieso y revoltoso delfín. Era el más chiquito del grupo y se llamaba Benjamín.
Todos los días salía a pasear junto a su mamá, su “Madrina”, la encargada de ahuyentar a los tiburones que rondan por allí-como sabía que era juguetón-con su dulce silbido siempre le decía: “¡No te apartes! ¡Ten mucho cuidado!”
El pequeño no entendía. Una de las tantas veces que nadó hasta la superficie para respirar, vio un enorme barco que se acercaba a gran velocidad. Se le ocurrió jugarle una carrera. Comenzó a saltar sobre las olas de un lado de otro. Haciendo piruetas en cada zambullida.
El sol acariciaba su piel grisácea, que no tiene pelos ni escamas. Como estaba tan feliz y contento, no se dio cuenta que se había alejado demasiado. De pronto, un gigantesco y hambriento tiburón, empezó a perseguirlo. Benjamín, sin saber qué hacer, llamaba a su mamá. Entonces, acudieron un montón de delfines, que nadando alrededor, lo acorralaron y lo atacaron con repetidos cabezazos.
El tiburón huyó como un torbellino por el mar azul.
Cuando llegó su madre, lo tomó entre sus brazos y besándolo mucho, mucho, le hizo olvidar el mal momento que había pasado.
Benjamín había aprendido la lección.

Pedernera 871
5800-Río Cuarto (Córdoba) Argentina.

lunes, 13 de abril de 2009

Pentagoneando

CAYETANO FERRARI
PENTAGONEANDO
1
En el silencio plástico del taller, una máquina transmitió la consigna: “Estos hombres solo sirven para manejarnos a nosotras, comer y dormir y… ¡a rebelarse! No importa perecer por ahora.”

Ninguna máquina de ese modesto taller admitió más, en lo sucesivo, ser manejada por hombre alguno. Hubo muchos accidentados. ¡Allons!... ¡la revolución de las máquinas sería apoteótica!

Esas máquinas fueron desarmadas y sustituidas por otras máquinas de más alta tecnología. Y otra máquina inconformista propuso un nuevo boicot. Así, periódicamente, el conflicto entre hombres y máquinas se renueva. Los hombres sueñan con descubrir retro máquinas, capaces de reproducirse automáticamente, sin ser ellos molestados en absoluto. La máquina manejará a la máquina. Por su parte, ésta, la máquina fantasea con que en el hombre se verificará el bello retorno a la animalidad.


2
Soñé con Dios y sabía que El soñaba conmigo. (Aquí debiera detenerme y no agregar ni una tile más. Que los demás interpretaran a gusto o disgusto.) ¿Cómo sabía que era Dios en mi sueño? ¿Y cómo atreverme a decir que El soñaba conmigo? Estos son axiomas, si no los aceptan no sigan leyendo Dios era un relámpago inagotable, perpetuo, estremecedor. Subsistiría eternamente. Tanta era su potencia y grandiosidad que, aún en sueños, no me atrevía a mirarlo de frente. ¿Cómo me soñaba? (Ahora pienso si no sería yo que me sentía soñado por El.) Me veía una chispita de ese relámpago infinito. Sí, una chispita durable y mutable que El impedía su extinción. Durante el sueño y después de éste me envolvía el optimismo. Que mi mutabilidad sería transformada en inmutable. Porque yo chispa insignificante estaba introducido en ese campo de atracción y tenía y tengo la íntima convicción que El no dejará que se pierda nada, ni un adarme de cuanto El piensa. Y también sentía y siento una suerte de sentimiento amoroso, especie de emanación o fragancia que invadía y serenaba. Ayer descubrí algo que no torna tan absurdo mi sueño: cuando me froto las manos o peino a las apuradas veo chispitas a mi alrededor.


3 Primavera. La eventualidad los acerca a la estación del ferrocarril. −Yo busco verdades. −Yo busco verificaciones. Dos mariposas “arco iris”, enormes, se posan en una flor azul de las vías del tren. Ambos sorprendidos pretenden verlas de cerca. Las mariposas “arco iris”, escapan. −Aunque las mariposas ya no están, se posaron sobre la flor azul y eso será verdadero siempre. −Si no tengo la verificación, todo ha sido ilusorio. Ninguna mariposa estuvo aquí. Llega el tren. Las mariposas “arco iris”-sin permiso de nadie- empezaron a revolotear dentro de la cabeza de cada uno de los buscadores. Uno de los buscadores está seguro de que una mariposa “arco iris” revolotea en su cráneo. El otro buscador sospecha que el chisporroteo en su interior se debe a un cortocircuito entre sus neuronas estimuladas. (Inspirado en “El alcance de la razón”, de Jacques Maritain)




4 Cuando la guillotina de la Revolución Francesa hizo rodar la cabeza de Lavoisier(1743-1794) padre de la química moderna un colega envidioso, oculto entre los perros chupasangres de la la plaza, logró hurtar la cabeza del sabio. Corrió endemoniadamente por las callejuelas de Paría. Ya en su laboratorio desató el lienzo que escondía la cabeza y gritó alucinado sobre los ojos translúcidos del científico: ¡por fin, orgulloso Antoine, voy a saber dónde acaparabas tus geniales ideas!

5

Cuando quise tocarlo, hubo un estremecimiento de ese cuerpo perfecto. Estallo en incontables esquirlas lumínicas. Todo había sido una fosforescente nada. Las perfecciones son así: fosforescencias de la nada.

PEDRO

EDUARDO SANTAMARÍA

PEDRO

Nos conocimos en el bar donde todas las tardes, después de la oficina, nos reuníamos a tomar un café. Lo presentó Federico, amigo personal de él y compañero nuestro.

Se hacía llamar Peter Roos, en realidad se llamaba Pedro Rossini, hijo de padres correntinos, no como él lo afirmaba de irlandeses.

Vivía en los suburbios del gran Buenos Aires, más precisamente en el límite entre Ingeniero Budge y Banfield.

Tenía veleidades de niño bien. Caminante incansable de Barrio Norte, habitué de “La Biela”, los anocheceres lo vieron transitar del brazo de alguna señorita de las pistas de “Mau-Mau”. Vestía ropa de marca y era socio del Jockey Club. Nos veíamos a diario para tomar café en la Richmond de Florida. Cuando quebró la empresa donde trabajaba, nos dejamos de ver.

En el taxi que me llevó hoy a la terminal de ómnibus, la cara del chofer no me era desconocida. En el trayecto, sin él sacar la vista de lo que pasaba delante de su taxi, hablábamos del clima, de política, el país, hablábamos de todo.

Cuando bajé y le pagué no me miró. Me acerqué y le dije por lo bajo:- “Chau, Pedro”. Sonrió, apretó el acelerador y desapareció.

Manuela Pedraza 5780- CABsAs