lunes, 13 de abril de 2009

PEDRO

EDUARDO SANTAMARÍA

PEDRO

Nos conocimos en el bar donde todas las tardes, después de la oficina, nos reuníamos a tomar un café. Lo presentó Federico, amigo personal de él y compañero nuestro.

Se hacía llamar Peter Roos, en realidad se llamaba Pedro Rossini, hijo de padres correntinos, no como él lo afirmaba de irlandeses.

Vivía en los suburbios del gran Buenos Aires, más precisamente en el límite entre Ingeniero Budge y Banfield.

Tenía veleidades de niño bien. Caminante incansable de Barrio Norte, habitué de “La Biela”, los anocheceres lo vieron transitar del brazo de alguna señorita de las pistas de “Mau-Mau”. Vestía ropa de marca y era socio del Jockey Club. Nos veíamos a diario para tomar café en la Richmond de Florida. Cuando quebró la empresa donde trabajaba, nos dejamos de ver.

En el taxi que me llevó hoy a la terminal de ómnibus, la cara del chofer no me era desconocida. En el trayecto, sin él sacar la vista de lo que pasaba delante de su taxi, hablábamos del clima, de política, el país, hablábamos de todo.

Cuando bajé y le pagué no me miró. Me acerqué y le dije por lo bajo:- “Chau, Pedro”. Sonrió, apretó el acelerador y desapareció.

Manuela Pedraza 5780- CABsAs

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