lunes, 12 de mayo de 2008

PEREIRA---PREGUNTA

PEREIRA

Vivía en una casucha, allá en los confines del barrio sur, vecino del terraplén. Era un personaje carismático, de gran simpatía. Se llamaba Lucio Pereira. De profesión “chorro”, según él afirmaba.
Era un ladrón de poca monta que solía frecuentar el boliche del tano Lussona. Allí se reunía con parroquianos, algunos de ellos de dudosa moralidad, a los cuales relataba con singular verborragia un sin fin de anécdotas, algunas creíbles otras no, que hacían sonreír a su interlocutor.
Su origen era humilde. Padres inmigrantes severos, hermanos honestos y trabajadores. Resultaba ser la mosca blanca de la familia. De melena medio enrulada, estatura baja, usaba pañuelo negro que anudaba en el cuello.
Aparentaba más edad de la que realmente tenía. El barrio se benefició con su ausencia por un largo período.
Lo encontré después de muchos años. Conversamos durante un largo rato. Me contó que había conocido una chica con la que se había casado y tenido un hijo. Había dejado el “chorreo” y comenzado una nueva vida. Trabajaba como peón de un garaje por el barrio de Once. Al despedirnos me dio un abrazo y mandó cariños para mi gente y algunos vecinos.
Después de esto caminé un par de cuadras y subí al colectivo. Con sorpresa e indignación comprobé que me faltaba mi billetera. Bajé, pensé…estaba indeciso. Pasaron unos, me recompuse. Sonreí y volví caminando a mi casa.
EDUARDO SANTAMARÍA






PREGUNTA
¿Cuándo volveré a verte, Zulema Estefanidis? Hace veintisiete años que me formulo la misma pregunta que, con diferentes matices aunque extraña persistencia, no ha dejado de golpear en los cristales de mi evocación.
¿Cuándo volveré a verte? La imagen retrotrae los cuadrantes a aquella amable oficina que arribó tímidamente la primera computadora. Eran tiernas mocedades para mí, algo menor que los demás. Casi no me atrevía a tutearte. Recuerdo cuando te casaste con tu jefe directo, Alfredo Román, un hombre mayor, muy bondadoso. Me apenó haber visto no hace mucho, en un diario, una participación de su fallecimiento.
La pregunta volvía insistente, como si el tiempo, en vez de atenuar su impulso, lo acrecentara. ¿Cuándo volveré a verte? Se me ocurrió que ese interrogante debería reducirse a un simple: ¿Volveré a verte?
Y ahora, hace apenas un instante, si no me hubieses llamado con esa tu breve aunque cálida voz, no sé si te habría reconocido, pese a haber visto en el maduro rostro patentes signos-discretamente convocadores hoy- de los helénicos rasgos que siempre admiré.
JORGE LOMUTO

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