jueves, 19 de junio de 2008

¿MÉDICO O JUEZ?---AMOR

¿MÉDICO O JUEZ?
Todo ser vivo nace condenado a morir. Si todos estamos condenados a morir, en la pena de muerte, ¿cuál es la pena?
Detrás del hecho de que todos nacemos para morir, hay un factor paliativo: no sabemos cuándo, dónde, ni en que forma moriremos. Es así como nosotros, los humanos, podemos vivir sin la angustia que provoca esperar la muerte en un momento, en un lugar y en una forma conocidos de antemano.
Cuando el juez dicta sentencia de muerte, no es la muerte en sí misma la condena( la pena ) la condena del reo es saber cuándo, y dónde morirá. Y para su angustia no hay paliativo. Hasta tal punto la pena no es la muerte en sí misma, que si el condenado sufre una grave enfermedad, no se lo deja morir de su enfermedad, se le prolonga la vida con todos los tratamientos posibles, para llevarlo a la muerte prevista por la sentencia del juez.
De modo que el ignorar cuándo, dónde y en queforma moriremos es lo que nos alivia el saber que moriremos. El 99 por ciento de los seres humanos quiere vivir con el alivio de ignorar.
El médico de las generaciones pasadas, daba al enfermo, no sólo el paliativo para su enfermedad, le daba el paliativo de ignorar, de morir en la paz de la ignorancia. Incluso ayudaba a la familia del paciente, a pasar las últimas semanas del ser querido sin la angustia de la desesperanza. El médico utilizaba una droga mágica: la mentira piadosa.
En los últimos años, los numerosos juicios llevados a cabo por las familias de los difuntos contra los médicos piadosos, han cambiado la situación. Han obligado al médico a transformarse en juez. El juez que dicta sentencia de muerte: “ A usted le queda medio año de vida…”
¿Alguien ha ganado algo con este nuevo médico, que se ve obligado a condenar sin piedad?
SUSANA SOIFFER




AMOR ( De Desde mi buhardilla: 2003)
El crepúsculo cae sobre la ventana de nuestro hogar, en tanto, mi compañera de toda la vida y yo observamos la despedida de esa tarde de otoño. El espacio que ocupamos se llena de silencio, solo intercambiamos una mirada y en ese gesto la historia de nuestras vidas arrebata el momento. La alegría y la pena se transforman en una única imagen de calidez y respeto mutuo. Nuestros hijos crecieron así, en ese ámbito de solidaridad y afecto. Ese mismo rincón de luz, que ahora me tiene a su lado, fue testigo de nuestros sueños.
De pronto, Ella abre la ventana y echa unas migas de pan hacia la vereda que, poco apoco, se puebla de palomas. El rostro de Ella asombra de alegría y observo sus manos delicadas apoyarse en mi brazo izquierdo. Ella sabe que siempre estuve así, amparándola. Los años no han pasado en vano y las cosas de la vida vienen y se van
Pero ése es el momento que no debo olvidar porque atrapa mi sensibilidad.
Las palomas han comido su porción de pan molido y se aprestan a volar. Ella cierra la ventana y con sus ojos humedecidos, apoya su rostro en mi pecho. Es el tiempo de decir que el amor no requiere de palabras.
DAVID ROSARIO SORBILLE . .

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