lunes, 9 de junio de 2008

Yo soy un obrero

“Un poeta es un fingidor. Finge tan profundamente que hasta finge que es el dolor el dolor que de veras siente…”
“Autopsicografía”, Fernando Pessoa, poeta y periodista portugués.


Yo soy un obrero.
Pero no acarreo bolsas en el puerto. Ni hago zanjas en las calles. Tampoco construyo casas.
Soy un obrero de la palabra.
Mi trabajo no tiene horarios, ni feriados, ni vacaciones.
Mi paseo es con la imaginación.
Mi descanso es leer.
Yo no me sacrifico como el zafrero que lucha con la caña de azúcar. No me agoto como el recolector de residuos que corre detrás del camión para no perder el ritmo de trabajo. Tampoco me fatigo como la cajera del supermercado que atiende cientos de personas por día. Ni sufro de estrés como la maestra que está al frente de un aula con treinta “indiecitas” e “indiecitos”.
Mi esfuerzo es escribir el mejor relato para que el lector se sienta satisfecho de haberlo saboreado.
Mi oficio me exige capacidad, concentración, buen nivel cultural y educativo.
No me creo ni el mejor, ni el peor de los trabajadores. Todos somos obreros. Yo soy un obrero de la palabra.
En la “bendita” o “maldita” globalización, el trabajo, mi trabajo, vuestro trabajo, nuestro trabajo, se ha un poco “prostituido”.
Todos, o casi todos, nos sentimos un poco “manoseados” y “revolcados en el mismo lodo”. Pero cada oficio tiene su particularidad, sus beneficios para el que lo ejerce y, también perjuicios.
El obrero de la palabra necesita pocas cualidades pero éstas deben ser precisas y exactas: la “claridad”, o como dicen los franceses la “clarté”; la imaginación que abre el panorama para la creación de relatos singulares y “sui géneris” y la memoria, que sin ella ningún escritor podría crear. Estas cualidades son las que le pido al Creador no me las quite.
Porque yo no elegí el oficio de escribir, el oficio de la palabra, el oficio de relatar historias. El oficio me eligió a mí y estoy orgulloso de ser un obrero de la palabra.
LUIS A. BURGUEÑO

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