domingo, 18 de abril de 2010

Pablo Casals(1876-1973)---José Narosky

“Quien tiene ideas es fuerte.
Pero quien tiene ideales, es invencible.”

Una calurosa noche de agosto de 1973, el público reunido en el Auditorium Mann, en Tel Aviv, estado de Israel, presenciaba un espectáculo inusitado.
Un anciano de noventa y seis años empuñaba el violonchelo con un virtuosismo que no parecía terrenal.
Sería su última actuación en público.
Dos meses después, el 22 de octubre de ese mismo año, fallecía en Puerto Rico el violonchelista Pablo Casals.
Si bien el prestigio del concertista ocultó parcialmente la figura del” hombre”, el mundo supo de su dignidad y de su hombría de bien. Porque por encima de su arte siempre estuvieron sus principios.
Sabía que su dignidad se cobraría un precio, pero estaba dispuesto a pagarlo.
Casals había nacido en España en 1876, en un pueblito de Cataluña.
Fue en un comienzo violinista, y sus primeras actuaciones las realizó en los cafés de Barcelona, capital de esa región.
Tenía dieciséis años cuando dio un concierto de violonchelo en Madrid, mostrando ya la personalidad y el talento que lo convertirían en el indiscutido maestro de ese instrumento.
Fue uno de esos artistas cuyas alas atravesaron fronteras.
Su primer concierto en París a la edad de veintitrés años, le significó la consagración definitiva. De allí en más comenzó a viajar por el mundo con su violonchelo, actuando como solista.
También dirigió orquestas, las filarmónicas de Londres y de Nueva York. Llegó a ejecutar su instrumento ante mandatarios de distintos países.
“Pongo mi alma en la música”, declaró al cumplir noventa años.
Pablo Casals se casó tres veces. En 1956-contaba ya ochenta años- se casó con una de sus alumnas: Marta Montañés, de veintiún años, que lo acompañaría hasta su muerte. Este casamiento confirmó que además de un gran concertista, Casals y era un gran optimista…
Había jurado al irse de España, su patria, en 1939, no volver a su país natal mientras gobernara el general Franco. Y cumplió con su promesa.
Es que las mayores y más juntas rebeldías siempre las protagonizaron hombres piadosos.
Fijó entonces su residencia en Francia, en un pueblito cercano a la frontera española llamado Prades. Casals estuvo en Buenos Aires dos veces: en 1937 y posteriormente en 1964-teniendo ya ochenta y ocho años- momento en que emprendió una gira mundial.
El público porteño lo ovacionó la noche de su primera presentación en el teatro Colón, saludando en él a uno de los músicos más eminentes de su época.
Casals fue no sólo el más grande violonchelista de nuestro siglo; quizá haya sido el más perfecto que existió desde que se creó ese instrumento. Pero fue además un insobornable héroe cívico catalán, que por encima del concepto que en cada uno de nosotros pudieran merecer sus convicciones políticas, supo ganarse el calificativo de Patriota, así, con mayúscula.
Fue un ejemplo universal, no sólo nacional o regional en cuanto significa esta palabra.
Su vida constituyó un modelo de conducta, madurada y probada en la lucha por sus ideales. Y como tal, no se sintió enemigo de nadie, aunque sí adversario. Porque así como los hombres que matan por imponer ideas, hay otros hombres, como Pablo Casals, que hubieran muerto por defenderlas
Hay una anécdota simple, pero honda, que lo pinta de cuerpo entero.
En la plenitud de su fama debía actuar una noche en Johannesburgo, la ciudad más importante de Sudáfrica, un hermoso país que visitamos hace algunos años y al que volveremos a referirnos en este mismo libro.
Almorzando Casals en el hotel el día del recital, el mozo de color que lo atendía, tras expresarle su admiración, le manifestó que él estudiaba hacía ya muchos años ese instrumento, precisamente por influencia del maestro catalán.
-¿Le molestaría, maestro, oírme ejecutar durante algunos minutos-le preguntó el mozo. Y agregó-: he traído el instrumento al hotel con esa esperanza porque para mí sería muy importante una opinión suya. No se imagina con cuánta ilusión espere esta posibilidad.
-¡Cómo no! ; venga usted a mi habitación luego del almuerzo y le escucharé gustosamente.
Un rato después, el mozo ejecutaba una melodía en su instrumento con un único y singular oyente: el maestro.
Casals se sorprendió gratamente al oírlo.
-Venga esta noche a mi concierto en el teatro Municipal. Yo le invito-exclamó entusiasmado. Y mañana hablaremos de usted.
-No podré ir-le dijo el mozo- porque como soy negro y en Sudáfrica rige el apartheid, tengo prohibido asistir al teatro Municipal.
-¡Pero usted en mi invitado! Tome estas entradas y no deje de concurrir. Yo lo voy hacer entrar; no se preocupe, que si no le permiten asistir, no actuaré.
El mozo quedó al mismo tiempo conmocionado y agradecido. Es que así como la fuerza logra adhesiones, la comprensión logra hermandades.
Y llegó la hora. Un público entusiasta desbordaba la sala. Funcionarios del gobierno de alto nivel ocupaban las primeras filas. Al mozo de color le fue inicialmente impedida la entrada. Faltaban 15 minutos para el comienzo de la función y el músico estaba afinando su instrumento cuando fue informado por su representante de aquella circunstancia, en presencia del empresario. En ese momento el concertista afirmó:-El señor que está en la puerta es mi invitado. Si no lo admiten, no daré mi concierto.
El empresario trató de convencerlo con delicadeza. Pero ante la negativa de Casals, terminó diciéndole ásperamente:
-Tiene usted un contrato firmado y solo aceptaremos su negativa a actuar si tuviese un problema de salud. Sepa que si se niega a tocar, y hay una cláusula en su contrato que le especifica, para poder abandonar el país deberá abonar cincuenta mil dólares por el perjuicio ocasionado.
-Pues pagaré la indemnización, pero no tocaré en ningún lugar donde se juzgue al hombre por su color, raza o religión.
Y se retiró del teatro.
Sabemos que la dignidad suele pagarse cara. Pero tampoco ignoramos que el digno no acepta rebaja.
La historia de la humanidad nos demuestra reiteradamente que cuanto más valioso fue un hombre, más valorizó a los demás. Y esos seres siempre estuvieron dispuestos a dar el corazón por sus semejantes. Pero no por ello lo gastaron. Sólo lo revivieron. La comprensión y el alto sentido ético de Pablo Casals, cuya jerarquía espiritual no necesita heráldica, nos lleva a este aforismo:
“¡Comprender! Sólo diez letras, / Y salvarían al hombre…!”

(De“Sembremos”-Ed. Planeta

No hay comentarios: