viernes, 9 de agosto de 2013

CELESTE PINTURITA--HÉCTOR SERRANO

Me levanté como todos los días con mi dolor de cintura. Fui a la cocina y puse agua a calentar para hacerme un te.
El mismo te de hace tanto tiempo. Poca leche. Poco azúcar.
Fui hasta el baño y me lavé la cara y me peiné. Me miré al espejo y vi mi cara. Ya cansada de algunos años.
Más tarde salí a la calle y comencé mi caminata de todos los días. Desde que me apareció esta isquemia coronaria el medico me
recomendó que caminara Una hora todos los días. Aparte de la medicación.
En la esquina me detuve sin saber para donde ir. Ya fui para el sur, para el norte, para el este y el oeste.
Tomé sin mucha decisión por la avenida hacia el norte.
Me dije: Otra vez el lago.
Cerca de casa hay un lago y dar toda la vuelta me lleva el tiempo que me aconsejó el médico caminar todos los días.
Las casas a través de los años, fueron cambiando. Solo quedan algunas de las casas que antes llenaban el barrio. Grandes edificios de
departamentos o altas torres las fueron reemplazando.
La casa del escultor, al morir, ya había sido demolida. En su lugar pisos y pisos y pisos. Alturas que los árboles no alcanzaban a tapar.
La vieja casona de aquella actriz famosa, no recuerdo si su nombre era Amanda o... bueno, ya no estaba y un supermercado la ocupaba.
El chalecito del político o juez, allí en la esquina tampoco estaba.
Cuando llegué al lago vi que seguían tirando abajo el viejo club de tenis, al que yo iba de joven.
Di la vuelta al lago. Les sonreí a las viejas señoritas, hermanas supongo, por lo parecidas, que también siempre dan la vuelta al lago.
Cumplido mi deporte diario de caminar resolví volver a casa.
Al pasar por el supermercado entré como lo hacía siempre para hacer algunas compras. No muchas. Leche, verduras y algún vino. En las
horas del mediodía siempre hay mucha gente.
Busque la cola mas corta y me puse detrás del último changuito.
Era solamente cuestión de esperar. Delante de mí, un hombre miraba su carrito, sin decidirse que había comprado todo o faltaba algo.
La leche había aumentado, las galletitas también, Ni hablar del pollo. El hombre de adelante se dio vuelta.
Me dijo: ¿Me cuida el lugar? Me olvidé algo.
- ¡Cómo no! - le contesté y seguí pensando en el atún y el helado que iba a comprar para Pascua.
Mi hermana viene a visitarme de vez en cuando. Para Pascua siempre y trae la rosca que comemos primero con el mate y después con un te
y mientras nos contamos las cosas ya sabidas, “mis hijos, los suyos, el tiempo, la vida”
L a cola avanzaba y el hombre no había regresado. Miré para atrás. La Cola viboreaba entre las góndolas.
Pensé: No recuerdo su cara. ¿Volverá? ¿Lo reconoceré?
Si, me dije, por sus ojos. Eran de un celeste muy claro, De algún cielo, de algún mar, un celeste como de pinturitas.
Mis ojos son oscuros, muy oscuros
- Ojos andaluces - decía mi madre Ojos de árabe.
Y si, volvió el hombre.
- Muchas gracias señor - me dijo
- No es nada. Por favor.
Y miré sus ojos celestes. Muy celestes.
- Me había olvidado de algo.
- A todos nos pasa.
La cola avanzó, pagué y volví a casa.
Soy profesor de Historia, recién jubilado, con hijos ya grandes. Casados. Lejos.
Algún llamado telefónico, un mail, nunca una carta.
De noche, después de comer veo televisión o escucho radio. Algún informativo, algún programa de las cosas que pasan en el país y en el
mundo y de las que no pasan, que son las más.
Leo, escribo, investigo, busco datos en Internet.
Tengo amigos. Con algunos como, con otros tomo café, con otros, simplemente charlo.
Al día siguiente, al levantarme, soy bastante metódico, fui a la cocina a calentar c\ agua, al baño a lavarme la cara y a mirarme en el espejo a
ver si hay alguna cana nueva.
Al salir saludé al encargado. Esos encargados que no sonríen ni porque esté de moda y busqué mi rumbo.
Hoy iremos para el lado de la estación del tren. Y hacia allí fui. Recorrí los andenes varias veces Subí y bajé el puente. Vi pasar varios
trenes y caminé por los alrededores.
Al volver para casa una señora mayor me dijo:
- Disculpe señor, pero ¿me ayudaría a cruzar las vías? Me dan miedo, ¿sabe? Puedo engancharme un taco, no se...
- Como no señora. - y la crucé Me dio las gracias.
- Disculpe, son cosas de vieja.
- No diga eso. A todos nos pasa.
Y al mirarla a los ojos vi que eran del mismo celeste del hombre de ayer. Ese color cielo, de lápices de color.
No pasó mucho tiempo para que volviera a ver el mismo color de ojos. Alguien me preguntó por una calle y vi su mirada celeste.
Y recordé que donde yo daba clases, en el colegio, casi todos tenían Los ojos celestes.
Hoy al levantarme, como todos los días, fui a la cocina, encendí el gas, puse la pava con agua para el te.
Fui al baño. Me lavé la cara y al secarme quise buscar alguna cana en el espejo.
Solo vi mis ojos celestes. Celeste de algún cielo, de algún mar, un celeste de pinturitas.
ACLARACIÓN: “CELESTE PINTURITA” se publicó incompletamente en el Nº 58 de “Polígono”. La presente versión corresponde al
texto integral.

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