viernes, 2 de agosto de 2013

VENTANAS ABIERTAS--CATALINA GUTREJDE

                                                                         


El calor era agobiante.
A pesar de que pronosticaban fuertes lluvias, al salir dejé las ventanas abiertas para ventilar los ambientes.
Apenas caminé unas cuadras cuando las primeras gotas aliviaron la pesadez de la atmósfera.
Apuré el paso, debía estar puntualmente en una reunión laboral.
Cuando pasé la puerta la tormenta  se descargó con furia, anegando rápidamente las calles.
La entrevista fue exitosa.
De vuelta a casa, desbordada de alegría, no me importó poner los pies en el agua fría, hasta el paraguas quedó descansando en el bolso.
La lluvia era una bendición.

La llave giró en la cerradura, al abrir  una exclamación de angustia borró mi sonrisa.
La lluvia había entrado libremente. Una rama desprendida de un árbol yacía sobre la alfombra convertida en laguna. Las cortinas en su vuelo arrastraron libros, adornos, plantas.
Atiné a sentarme en una silla, cerré los ojos y un recuerdo me asaltó. Era pequeña, delgadita, con trenzas largas atadas con cintas deshilachadas; acunaba en mis brazos a mi hermanita mientras mamá preparaba mate cocido y algunas tortas fritas. El aroma impregnaba la casilla y se escapaba por las hendijas de la puerta.
Un trueno fuerte fue el comienzo de la tragedia. Rápidamente la crecida del río subió al barrio.
Gritos, llantos, hasta que unos brazos fuertes me llevaron a un refugio.

Un estruendo me alejó del pasado.
Salté del lugar, comencé con gran tristeza a ordenar. Al levantar la vista noté que un cuadro quedó intacto en la pared.
Desde él mi madre me sonreía, trasmitiéndome la fortaleza que fuera puntal para mi vida.

La mañana siguiente  me regaló un sol radiante , y la convicción de que jamás dejaría al salir, las ventanas abiertas.






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