viernes, 11 de mayo de 2012

EL PRIMER AMOR---NÉLIDA OJEDA



Es cierto que el pasado es algo que no tiene retorno; y en muchos casos las puertas de la mente y el corazón cierran todo intento de evocarlo. Sin embargo, hay acontecimientos que se filtran por ínfimas rendijas de luz y se corporizan en la pantalla del recuerdo.

Así llegó aquél que llenó mi alma de dolor. Fue cuando sonó el teléfono y me puso frente a una realidad, tan cruel como difícil de olvidar.

Cinco días habían transcurrido, tirada sin vida en el asiento delantero de su antiguo auto que no se usaba desde la muerte de su marido. Mi amiga, muy querida, mantenía ese coche… ¿para qué?... y todos los días al volver de su trabajo, se sentaba al volante, lo ponía en marcha para mantener su vigencia.

Una tarde, su inquieto corazón le jugó una mala partida…y se durmió, tal vez intoxicada por el gas emanado del motor.

Mi entrañable amiga vivía sola, desde que falleció su esposo, hacía cinco años. Agustín era una persona de excelentes cualidades de importante estado económico. Dejó a Marita en una posición que le brindó un presente económico seguro y estable. No obstante, jubilada de la docencia de nivel terciario, siguió trabajando en la Facultad de Filosofía y Letras.

“¿Por qué no disfrutás Marita de tu libertad, no tenés hijos ni familia a quien sostener. Trabajás con una perseverancia que considero una adicción.” “Quiero morir con la tiza en la mano frente al pizarrón.” Respeté su posición.

Nuestros encuentros en la confitería Richmon, al salir de la facultad era su única distracción.

Una hora de viaje la separaba de su trabajo. A pesar de tener un lujoso departamento en la Capital, volvía ala atardecer a su hermoso chalet de Ituzaingó. Yo la miraba: bonita, inteligente, amante del canto y la poesía…y volvía a mis labios la misma pregunta: “¿Por qué seguís trabajando? Te veo tan cargada, a veces con dos portafolios subiendo al colectivo como una adolescente.” Su respuesta la misma. Respeté su posición.

En nuestros encuentros, en la confitería, nos era grato recordar momentos agradables pasados en la escuela. El té era testigo de nuestras largas charlas y confidencias. Sin embargo en ella había un gran ausente: Agustín, su esposo.

En sus años de estudiante, Marita había establecido una bella relación con Marcelo, compañero inseparable en los actos escolares. Y nació el amor, su primer amor, que su romántico corazón atesoró, alimentado de versos y cartitas. Después, nunca supe el motivo de la ruptura de este romance. Posteriormente me enteré de que Marita se había casado con Agustín.

Evidentemente, en su matrimonia, los había unido ¿el amor o el respeto mutuo y cariñoso? La vida de Marita fue para mí una incógnita.

Lo que sí me quedó claro es que nunca olvidó a Marcelo, ese primer amor dulce primavera de la vida. Frustrado por turbulencias del destino y quedó como un fantasma en su alma.

El primer amor nunca se olvida y cuando el recuerdo lo convoca aparece en imágenes que nos perfuman la vida, dulce, inefable y misteriosamente.

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