viernes, 18 de mayo de 2012

OSVALDO BÉRANGER--EL PÁJARO DE DIOS



¡Qué extraño! Pudiendo compartir el deporte del parapente con amigos y turistas en los extensos valles y cerros de Salta (“la Linda”) , y así sumarse en el espacio con múltiples colores de las alas de este llamativo aparejo, también él, corría y corría decididamente hacia lo alto de las colinas y se dejaba estar en las dimensiones del espacio como las aves del cielo. En conjunto, el vuelo era fascinante y mentalmente un constante distribuidor de adrenalina.

Pero él era distinto. Con sus dos paracaídas de prevención buscaba volar sobre lugares muy apartados y que los demás no gustaban hacerlo por ser distantes, pequeños rancheríos a la vista y poblados de familias escasa de vestimenta y cualquier cantidad de niños correteando a la deriva. Sin embargo, cada vez era más extraño en él plegar las alas del parapente sobre sitios muy lejanos a toda vida normal. ¿Por qué elegía estar ahí, mañana más allá y pasado sobre zigzagueantes ríos hasta arribar a otras aldeas no menos pobres que las ya visitadas?

Quienes a él le conocieron, más de una vez se había encogido de hombros ignorando realmente el propósito que tenía de volar en áreas menos turísticas. Así, a lo largo de un buen tiempo, era como un pájaro solitario sobre las comunidades más pobres done bajaba y volvía a remontar de ellas.

Pero un día no fue así. De pronto, el viento cambió furiosamente, cuando vieron los indigentes que aquel hombre tan esperado por ellos caía sin que nada se pudiese hacer por su vida. Felizmente, algunos matorrales pudieron amortiguarle el golpe sobre la enmarañada vegetación.

Meses después, a raíz de sus múltiples lesiones, él entró en estado de agonía Una mujer que le cuidó durante su dolorosa convalecencia siempre le recriminaba: “¿Por qué sus dos parapentes no estaban preparados para su protección?

Ya casis sin aliento, dijo al final de sus días: “La verdad…que los tenía para llenarlos de todo lo que necesitaban mis hermanos los más necesitados”.

El padre Silfrido (“Silfri”) que ponía ropa y comida dentro de sus dos protectores, emprendió un día el camino de las estrellas….solo, ¡el que conduce a Dios!



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