viernes, 5 de octubre de 2012

CRÍMEN EN EL MUSEO DE LA CIUDAD--NÉLIDA CARACCIOLO




El 24 de julio de 2003, fue un dìa que marcò mi existencia para siempre. Habìa planificado el tiempo a la perfecciòn.

La casa estaba medianamente limpia, asì que habìa decidido seleccionar mi ropa y darme un buen baño caliente, arreglarme y dejar la comida preparada sobre la mesa.

Cuando le llevè el desayuno, mi madre, de ochenta y cuatro años, dormìa beatìficamente, mi hijo tambièn, pero no lo desperté porque siempre se acuesta muy tarde, entusiasmado con su computadora a la que ama más que a nada en el mundo.

Desayuné, sola en el comedor, en la cocina ya hervía la compota de manzanas que iba a dejar, se percibía el aroma a manzanas y azúcar, ¡qué placer!

Mi marido volvió temprano de su chequeo médico, me vino de perillas para delegar ir al "super" a buscar jamòn y queso para mi tarta. (siempre que salgo, dejo tarta).

A las 12 del mediodía tuve clases de "canillas" pues estoy aprendiendo a instalar purificadores de agua, capté muchísimo más que otras veces y el profesor, Máximo, estuvo hasta chistoso, cualidad que no le conocía.

Almorzamos con el grupo de alumnos, en la Sociedad Italiana, y luego, libre como los pájaros, como una colegiala con hora libre, tomé el subte y fuí al Museo de la Ciudad, que había promocionado Magdalena Ruiz Guiñazú, en Radio Mitre, a la mañana.

Ubicado cerca de la Casa de Gobierno, el Cabildo y la Iglesia de San Francisco, el Museo ocupa una casa muy antigua, con puerta de gruesos vidrios y hierro forjado y me parece recordar algunos balcones con el mismo diseño del hierro que adorna la puerta de entrada y las barandas de las escaleras.

La primera parte de las escaleras, hasta el descanso, es de mármol blanco, el resto, de madera, con escalones más angostos y bastante empinados. A uno de los lados, con la entrada cerrada por un cordón de seda había un enorme cuadro de una hermosísima mujer en traje de época, de cuerpo entero y de perfil, con su hermoso y misterioso rostro mirando de costado.

Cuando llegué arriba había un policía guardando la entrada a lo que sería la cocina de la antigua casa. Me permitió el acceso a las habitaciones, muy amplias por cierto, y pude apreciar el buen gusto con que todo había sido dispuesto.

Había plantas, se escuchaba un tango, todo perfecto.

Había fotos, partituras de música de los años 40, muebles desde 1910, una ordenanza que prohibía a los hombres piropear a las mujeres bajo apercibimiento de tener que pagar una multa de $ 50.-, y muchas cosas más.

Lo que más me llamó la atención fue el lugar dedicado a los juguetes, estaba "El Cerebro Mágico", seguramente de la época de los 50, recuerdo que yo jugué con ese juego! (Tendría en ese momento 10 años), soldaditos de plomo, varias muñecas, del estilo de la antigua "Marilú" y un cochecito de bebé, de juguete, como el que yo había tenido, y del cuál tantas veces me había caído por ser una niña tan inquieta.

También me llamó la atención un antiguo afiche que anunciaba un espectáculo musicalizado por Astor Piazzola, cuya autora era Luisa Mercedes Levinson: "JULIO RIESTRA NO HA MUERTO", en el centro, un dibujo de una mujer angustiada sosteniendo a un hombre, con barba, aparentemente herido, ambos con rostros muy demacrados.

Cuando me fuí del museo, todavía retenía esa imagen en mi mente.

Llegué a casa más tarde de lo habitual, mi marido me hizo una escena de celos, y discutimos acaloradamente. Dormí en el sofá del living, aquella noche...

De pronto, me veo nuevamente en el museo. Subo las escaleras, primero mármol, luego madera... Resuenan mis pasos en los escalones rompiendo el raro silencio de la casa, aparentemente vacía.

Miro hacia el costado izquierdo, donde estaba el cuadro, y la bella mujer no está, sólo puedo ver el marco.

De repente, oigo airadas voces, en uno de los cuartos internos, precisamente, en el que se encuentra el dormitorio con la cuna blanca, que tanto me había llamado la atención por su maravilloso diseño, un hombre de espaldas, recrimina algo a la mujer del cuadro, él también está vestido con un traje del 1800.

Ella le da una terrible bofetada, y él, ante mi estupor, saca un puñal de entre sus ropas y con terrible saña, apuñala a la mujer que profiere inenarrables gritos de espanto y dolor hasta caer exangüe a los pies del hombre, que luego arroja el puñal y se cubre el rosto, con desesperación al darse cuenta de lo terrible de su acto.

Horrorizada y apenas pudiendo contener las náuseas, quedo escondida en las sombras, él no puede verme cuando escapa despavorido, escaleras abajo.

Yo también deseo huir... pero algo me detiene, miro hacia atrás y nuevamente veo el afiche, el tílulo se lee: "JULIO RIESTRA NO HA MUERTO, HA MUERTO SU MUJER".

Salgo del lugar, sigilosamente, ya amanece, hace mucho frío, sin embargo un copioso sudor cubre mi rostro y mi cuerpo.

Repentinamente, me doy cuenta que estoy en mi casa, recostada en el sofá. Se huele a café, es mi marido que se acerca con una taza para mí. Cariñosamente me dice: -¿me perdonás?


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