viernes, 19 de octubre de 2012

ENIGMA--VIVIANA WALCZAK



¿Qué es la vida? Un frenesí

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra una ficción,

y el mayor bien es pequeño;

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.

Calderón de la Barca



Hacía mucho calor y gruesas gotas de sudor humedecían su frente. Las paletas del ventilador que giraban sobre su cabeza no la refrescaban en absoluto, solo removían el aire caliente del ambiente.

En la oscuridad del cuarto no lograba reconocer el rostro que tenía apenas a pocos centímetros del suyo no sólo porque no lo veía con claridad, sino porque la actitud de la persona le resultaba desconocida por completo. Por un instante, creyó reconocer en la ságoma del hombre echado a su lado a su marido pero su comportamiento era demasiado sibilino. Dudó que realmente fuera él. ¿Quién era entonces? El sujeto tenía un brazo apoyado sobre su garganta y no comprendía si quería hacer el amor o sofocarla. Sentía que comenzaba a faltarle el aire. Trató de ganar tiempo porque comprendía que estaba atravesando por una situación peligrosa. Intentó alejarse del pesado cuerpo que yacía inerte. Unos segundos después, bastó un leve e imperceptible movimiento de la enorme mole para que se deslizara con inaudita rapidez hacía un costado de la cama. Tomó la sábana que estaba suelta a sus pies y la anudó, como pudo, a su cuerpo. Tropezando, con el corazón agitado y asustada, salió de la habitación.

La luz del exterior la encandiló y grande fue su sorpresa al encontrarse con un larguísimo pasillo. Le llevó unos instantes para comprender que no estaba en su casa. Las paredes eran claras y el frío piso de cerámica también. Caminó algunos pasos y vio a una mujer vestida de blanco que tenía una insignia en la cofia que llevaba puesta en la cabeza. En seguida se dio cuenta que era una enfermera y supuso que debía encontrarse en algún hospital o, tal vez, en algún asilo para ancianos. Cuándo, cómo y por qué motivo estaba allí no lo recordaba en absoluto.

Tampoco podía recordar si tenía hijos y quien la había llevado a ese desolado lugar. Seguía faltándole el aire y la desesperación comenzaba a invadirla. Su instinto de supervivencia le indicaba que si quería seguir viviendo debía alejarse del lugar lo antes posible. Otra mujer, también vestida de blanco, se acercó lentamente hacia ella. Le preguntó cuál era el horario de visitas y al no obtener respuesta, volvió formularle la pregunta sin éxito. Siguió caminando por el interminable corredor hasta toparse con un hombre de barba hirsuta y mirada perdida que estaba sentado, solo, en una larga hilera de asientos. Se detuvo y con voz queda, casi como si tuviera miedo de la respuesta, musitó:

-¿Dónde estamos?

La contestación nunca llegó. Sólo se escuchó un monosílabo ininteligible. Atemorizada, regreso sobre sus pasos y abrió una pequeña puerta. Era un cuarto de baño. Salió del minúsculo recinto y casi sin aire, se preguntó cómo haría para salir de ese gélido laberinto, sin que nadie se diera cuenta. En realidad, parecían no verla y aunque no podía razonar con coherencia, se daba cuenta que no pasaría desapercibida envuelta tan solo con una sábana. Se sintió ridícula. Ya no era joven. Tal vez, además de hijos, tenía nietos. La vejez golpeaba con insistencia en su vida. Lo anunciaban las carnes que comenzaban a ceder, trepidantes y, también, las finísimas arrugas en la piel de sus brazos. Le parecía recordar vagamente que habían dejado de llamarla señorita. Comprendía que en poco tiempo más, el señora cedería paso a la dulce pero estigmática palabra abuela.

Trémula y con dificultad logró regresar a su dormitorio. Empujó la puerta y observó que había un poco más de luz. Quedó petrificada debajo del dintel, sin atreverse a entrar, mientras su mirada recorría con curiosidad el sitio…No había nadie, la cama estaba vacía y el viento agitaba las cortinas de la ventana abierta…



(De “Pasiones Sibilinas”)





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