viernes, 14 de diciembre de 2012

CAYETANO FERRARI- PENTAGONEANDO



1-Ustedes, claro, apenas permanecían unos segundos dentro de esa caja transparente. Bañaditos, fresquitos, dispuestos para ir a la playa. Me gustaría verlos aquí metidos, encerrados 12, 14 horas. ¿Eh, qué dirían? “Es su trabajo. Qué bonitos se ven los morros. Qué pintoresco es todo”. Pero ustedes ignoran los poderes del ascensorista. Conecté en directo el botón del primer piso con el del último, el 25, más el timbre de alarma y crucé la fuerza energética en vivo: ¡chispazo en cascada! Y el elevador enloqueció a todos en un minuto. Se abrió la puerta y la carga humana cayó sobre el mar. El ascensor, fuera de quicio salió disparado hacia el espacio; y yo dentro, borracho de libertad.

2-Tirado, sobre la vereda, casi incrustado entre baldosas, pido ayuda a los desconocidos que van y vienen. Alguien se inclina y veo que se levanta un personaje: ¿soy yo mismo u otro que se me parece hasta el terror. Sigo pidiendo ayuda. Ningún otro atisbo de socorro. Estoy seguro de morir aquí, incrustado, sediento. Pero algo mío ha quedado afuera, indiferente de si propio y de mí. Sí; es mi copia independiente del original. Copia eterna en el tiempo. Lo comprendo: yo también soy doble de alguno; también yo fui indiferente. Es la ley universal que la ciencia escabulle entre signos, fórmulas y sofismas.

3-Cuando Orfeo concluyó su divino canto El Rey de las Tinieblas, exclamó: “Te restituiré a Euridice, realmente te lo mereces. Tu canto me ha conmovido. Pero te impondré una condición: No debes mirarla hasta que haya salido del Hades.” Orfeo dudó de la sinceridad de Plutón. Cuando Orfeo se volvió no vio a Euridice, sino sólo un fantasma de aquélla. Orfeo ya estaba condenado a no poseerla más. Los dioses son más avaros y celosos que los hombres.

Orfeo sabía que nadie, ni los dioses, pueden imponerles condiciones a los amantes. El amor es ley incondicionada, no tiene causalidad.

4-“En el mundo actual todo termina teniendo valor comercial. Suecia importa, de Europa, grandes cantidades de basura.”

Hay una suerte de primera hora. Es la hora de la revelación que puede aparecer una o dos veces en la vida. En la que vemos una realidad oculta o sustraída a las horas de cronos.

Me encontré inmerso en esa hora, casi sin luz. El asfalto se ondulaba como el vaivén de un mar dormido. Los edificios bogaban cerca de las orillas. El cielo, tinta plana grisácea, capturaba estrellas negras. Y surgieron desde las esquinas, desde la boca de la noche, desde algún abismo remoto, fragatas, veleros, canoas, balsas, que flotaban en ese mar negro sin puerto, sin amarradero, sin llegada. Todos cargados de basura.

La noche de la basura toca a su fin. Iba a replegarse para que cronos pudiera disfrazar la inmundicia desde las rubias estrellas.

El asfalto vuelve a mostrar su negra cara de cotidianidad. Montañas de basura en las esquinas resisten la canícula. Una bocanada de sucio viento ahoga mi desencanto. Los edificios son bocas cariadas que sonríen a la desmesura. ¡Mi Buenos Aires querido!

5-En esa catacumba ominosa aquellos hombres desnudos y crueles no se daban tregua. Se despedazaban entre sí. Sin lograr transponer el umbral. Los veía iracundos, atormentados. Los gritos salpicaban sangre y amargura. Los fotones de un sol indiferente se desparramaban por la entrada, inalcanzable.

Uno de aquellos hombres, herido, alcanzó a estirar un brazo y abrir su mano hacia el otro lado del umbral. Repetía, señalando mi Sombra: “…sabemos que detrás del umbral nos miras, Justicia, estás, lo sabemos, lo sabemos, ¡Justicia!, ¡Justicia!...







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