sábado, 22 de diciembre de 2012

PALABRAS--PABLO POST


(Abyssus Abyssum invocat)

Pocos artistas vislumbraron el abismo con tanta maestría como lo sospechó Xul Solar. Recuerdo el dibujo en blanco y negro “Ciudá y Abismo”. Bajo el cielo negro absoluto, torres redondeadas, yuxtapuestas por puentes miserables. La iluminación parecía nacer artificiosamente desde un faro próximo. Torres que se encorolan empecinadas entre escaleras interminables y peligrosas

Almas, quizá traspapeladas, que les importaba desbarrancarse en el abismo. Salientes de madera con roldada y soga sostienen cuencos vacíos. ¿Para qué servirían?

Un alma de luto aparece en las escaleras. Gritaba: “Luz, más luz.” Varias cabezas asoman por una ventana del edificio blanco: “No. No más”. Otro asomó hasta el torso: “Apaguen la luz”.

Vino el simulacro y sonó un redoble sin eco y la voz: “¡Carajo, un balazo!” Retorna la luz. Dos almas con una bandera sobre el puente frontero parecen trabados en disputa: “¡Es absurdo!”…”¡Esto es absurdo: Discúlpeme, señor…habrá guerras…hay que prepararse. Todo es tan aburrido!” Ambos se traban en lucha libre y caen en el abismo. Otra alma, delgadita, bastón en mano se inclina: “Amaos los unos a los otros.” Se perciben pasos distantes y cercanos. El alma delgada, pregunta”¿Quién anda ahí?” Mano que empuja. “Es muy bonito todo allá”

Otra cabeza fantasmal asoma en la cúspide de la torre del fondo: “Quiero dormir, tengo un terrible dolor de cabeza.” Desde la abertura más alta, alguien recita: “Se abrirán las grandes alamedas…que Dios se apiade de mi pobre alma.” Ambos sin vacilaciones se dispararan al vacío. Una mujer canosa, recostada en el farol, comenta: “Lo hizo a la manera difícil”. Sonríe sin esperanzas, porque a dos pasos la espera el verdugo: “Tengo el cuello muy fino”. Entonces me di cuenta de la función de los cuencos: bajaron rápidamente (la cabeza dentro) sin sangre.

En otro sector: la calle, la escalera eminente. Hay cierto alboroto: “Dios mío, ¿qué pasó? “ “Dejadme ir a la casa del Padre” “Qué pérdida irreparable” “No es nada…no es nada” “¿Por qué no?...después de todo, le pertenece” “Champán”

Los prebostes que aparecen desde lo alto de la escalinata son fornidos e impiadosos. Arremeten contra los que buscan como última escapatoria el abismo. Dos rezagados ansían la subida. Tratan de entenderse: “Máteme, si no usted es un asesino” “Soy fiel servidor del rey, pero primero Dios” “Dispáreme en el pecho” “Que baje el telón, la farsa terminó”. Hubo aplausos. No se veía el escenario. “Que los amigos aplaudan. La comedia se acabó” “Qué gran artista perece”

Una caravana de actores saltan por las escaleras sin importarles que el abismo se relama ansioso. “Ahora estoy en la fuente de la felicidad.” “Que esté preparado mi traje de cisne.” Desaparecen por detrás de las torres, bien en lo alto. Aturde el silencio.

Aquella alma que parecía teñida de blanco, obesa, histriónica: “Ocho horas con fiebre me habría dado tiempo para escribir un libro.” “Todas mis posesiones por un momento.” Y detrás la caterva de iluminados. “Yo soy el conde Drácula, el rey de los vampiros, soy inmortal.” “Ahora me iré a dormir.” “Nunca debí cambiar del scotch a los martinis.” El gigantón grita frente al edificio blanco: “Me he bebido dieciocho vasos bien llenos de güisqui. Eso es un récord. Eso es todo lo que yo he conseguido en 39 años”. “Mañana ya no estaré aquí.” Otro no podía más que excretar una palabra: “Mierda…mierda…mierda”. Abrazados optaron por una cabriole hacia el abismo.

“Las últimas palabras son cosas de tontos que no han dicho lo suficiente mientras vivían.”

La luz tiritaba. Apenas distinguía las almas. Voz nítida: “He ofendido a Dios y a la humanidad porque mi trabajo no tuvo la calidad que debía haber tenido.” Y se desmorona en la penumbra. Puedo reconocer la postrera (su calva): “Critón, le debo un gallo a Asclepios. No te olvides de pagárselo”. Se hunde entre pasadizos.

Las sombras lo complicaron todo. La ciudá, sin vida, sublima límpidamente. Sin resquebrajamientos ni catástrofes. Lo que parecía sólido y petrificado se introdujo en la levedad de las partículas. La gran nube negra expansiva no tardó en ascender hacia el otro abismo, el de las alturas.

Antes que el panorama se esfumara del todo creí percibir, aunque no pueda asegurarlo, un viento agudo en el introito, grave en el final: “¡Qué pena morir, cuando me queda tanto por leer!” “El abismo clama al abismo.”

(Lo juro: El abisnauta)









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