viernes, 14 de diciembre de 2012

LA CAMA- NÉLIDA OJEDA


Llegué esa mañana de junio muy estresada por la novedad que era para mí entrar en un hospital.

Nada grave me llevaba a ese lugar, sólo la operación de una várice que amenazaba convertirse en trombosis.

Me tocó compartir la habitación con una jovencita internada por una pleuresía en vías de muy buena recuperación. Después de una revisión ocular detuve la mirada en la cama; la observé pulcra, cómoda, y me quedé tranquila. Mi compañera que había estado observándome notó mi interés por ese mueble que me acompañaría varios días y se sonrió al ver la satisfacción y me dijo: “ahora apreciará todo lo que significa la cama”- y me dio la bienvenida.

Mientras ubicaba mis pertenencias me puse a pensar cuántas cosas que conforman nuestra vida cotidiana adquieren una dimensión que casi no reparamos y donde pasamos la tercera parte de nuestra existencia.

Por primera vez noté cuán importante e indispensable era su presencia en nuestra vida. No solo para dormir o descansar, siempre está con nosotros; leemos, nos sentamos; los niños saltan y la convierten en un juego; comemos, nos ubicamos en ella para mirar una película o nuestro programa favorito. Es tan necesario en nuestra vida, que sin darnos cuenta se ubica en el mueble indispensable de la casa. Su presencia se remonta a las antiguas civilizaciones de Egipto y Asiria, según cuenta la historia.

Si estamos enfermos, la cama se convierte en el mueble más necesario, en la compañera indispensable que velará nuestro sueño, calmará nuestro dolor y si llegar el momento de remontar el vuelo hacia ese ignoto, del cual nada sabemos, será la cama el postrer refugio de nuestra vida.

Tal vez por todo lo que pasó por mi mente en esa fría mañana de junio, detuve la mirada en ese mueble que sería durante varios días una compañera inseparable y muy querida.

Es tan necesaria en nuestra vida que se ubica, sin darnos cuenta, en el mueble indispensable de la casa.

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