sábado, 19 de abril de 2014

EDUARDO SANTAMARÍA-EXTRAÑA

Ella se instaló en la casa de sus tías, dos viejitas adorables, apenas la vì me
deslumbró, primero sus atrayentes formas, luego su personalidad. Ambos éramos
adolescentes.
Hice lo imposible para llamar su atención, logré con el tiempo que me dispensara “ese
favor”. Entre tires y aflojes logramos salir un tiempo, la notaba distante, parca en el
diálogo …, no importaba, tal es asi que perdoné sus tardanzas, sus faltas a las citas y
pensé que cuando madurara las cosas iban a cambiar.
Yo alentaba la esperanza de concretar nuestra relación, pero ella con sus evasivas no
daba oportunidad para confirmarlas, esa actitud me confundía.
Una tarde me dijo que no se sentía cómoda, que la dejara libre para planear su futuro,
eso me desarmó, no supe que decirle, la ciclotimia me exasperaba, pensé que había
perdido el tiempo, que estaba pendiente de sus caprichos y pese a estar
extremadamente enamorado no quise mendigar su amor.
Cuando entré a trabajar a la escribanía me hice de nuevos compañeros, tuve un par
de amorios ocasionales, a nadie conté mis desventuras con ella, para qué…, era
como avivar la llama y aquello que se había vuelto una mistura de pasión y
resquemor, volvería nuevamente a inquietarme.
Pasó mucho tiempo de todo aquello, casi no la veía, pese a ser vecinos, pero siempre
como una obsesión la tenía presente en mi vida.
Un domingo , luego de comprar el diario, vi bajar de la casa de sus tías unos muebles y
algunos bártulos, era una mudanza, me acerqué, la ví de espaldas, quise saludarla
pero alguien se me adelantó, la tomó del hombro, caminaron hacia la esquina y ví
como él acariciaba su incipiente preñes, ella se dio vuelta me miró , se sonrió, apoyó
su cara a la de él y ví como se alejaban…
¡Ya estaba dado el golpe de gracia! Me alejé aturdido, fui caminando balbuceando su
nombre, ahogué un sollozo y pensé si todo esto no había sido parte de un loco
desvarío

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