sábado, 19 de abril de 2014

HÉCTOR SERRANO--EL DEPARTAMENTO DE ENFRENTE

Yo vivo en el último piso de una vieja casa de departamentos. En mi piso hay solo dos
departamentos. El mío y el departamento de enfrente,
que está en venta y desocupado.
La otra noche, eran las dos de la mañana, oí ruido de llaves en el palier y la puerta del
departamento desocupado que se cerraba.
Me inquietó. Nunca había oído nada antes. Pensé que se había vendido y los nuevos
propietarios llegaban. Esperé un rato. No volví a escuchar nada.
Al día siguiente me fui a trabajar y regresé al anochecer. Hice las cosas que todos hacen
cuando regresan a sus casas. Me bañé, comí, leí un rato en el living y me acosté. Me dormí.
Desperté sobresaltado por un golpe muy fuerte de puerta al cerrarse. Me levanté rápido. Espié
el palier por la mirilla de mi puerta. No vi nada. Mi puerta enfrenta a la del otro
departamento. Miré la hora, las tres menos veinte. Me quedé un rato mirando por la mirilla y
no vi ni escuché nada.Me fui a la cama.
Al día siguiente le pregunté a César, el encargado, si se había vendido el departamento de
enfrente. Me dijo que no. Que nadie de la inmobiliaria le había dicho nada y él conservaba las
llaves que le habían dejado los antiguos ocupantes.
Me intranquilicé. No le dije nada al encargado de los ruidos.
Seguí mi vida, la oficina, alguna salida nocturna, un cine, una reunión en casa de amigos. Me
despreocupé.
A los pocos días, también de madrugada, oigo pasos en el palier y otra vez la puerta al
cerrarse.
Por la mañana, le dije a César, el encargado si podía prestarme las llaves del departamento en
venta pues un amigo mío estaría interesado en comprarlo.
- Para evitar que tener que ir a la inmobiliaria.
- Pero como no don Julio.
Volví a subir y con cierto temor abrí la puerta del departamento.
A través de las persianas entraba la luz de la mañana. El departamento estaba vacío.
Living, dormitorios, cocina y baño. Una o dos viejas sillas, olvidadas o dejadas, algún
cacharro en la cocina, una pava, cepillón y nada más.
Miré todos los cuartos, abrí los placares. Vacíos. Las ventanas cerradas. Cerré la puerta y me
fui como todos los días al trabajo.
La otra noche llovió torrencialmente. Truenos y relámpagos. En uno de esos silencios en que
solo se oye caer la lluvia, escuché al ascensor que llegaba a mi piso. Otra vez pasos en el
palier. Corrí hasta la mirilla y no vi nada. Solo fue el portazo del departamento de enfrente.
Al día siguiente, muy temprano, abrí el departamento. El piso estaba mojado y se notaban
pisadas. El departamento estaba vacío.
En mi edificio por disposición de una asamblea las luces de los paliers quedan encendidas
toda la noche por seguridad. Durante el día, salvo la repasada del encargado no se escucha
nada. No quise contarle a nadie. Hice hacer copia de las llaves y devolví las suyas a César.
- Mi amigo no tiene interés en el departamento – le dije.
Algunas noches me despierto y tardo en volver a dormirme. Leo un poco, pienso, recuerdo.
Una noche me pareció oir voces. Dos personas hablaban al lado. Bajo, muy bajo. De pronto
una carcajada me sobresaltó. No cabía duda, había gente al lado.
Finalmente le pregunté a César si venía alguien de noche a ese departamento porque me
pareció que había movimientos. Se lo dije sin darle importancia, como al descuido.
Me respondió que no creía que alguien viniera y además él en la planta baja no podía saberlo.
Me despedí hasta la noche y no volví a hablar más del tema.
Nuevamente ocurrió lo mismo, noche, portazo. Tomé coraje. Abrí silenciosamente mi puerta y
me acerqué a la del departamento de enfrente. Escuché a través de la puerta. Voces, alguna risa.
Suavemente golpeé. Nada. Las voces seguían. Toqué timbre. Igual. Finalmente con las llaves
abrí la puerta.
El departamento estaba a obscuras. Encendí la luz. Las voces cesaron. El departamento vacío.
Lo recorrí con temor. Nada. Nadie.
Solo en la cocina hervía el agua de la pava sobre una hornalla.

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