sábado, 19 de abril de 2014

RAMONA DÍAZ--EL CASTILLO DE ARENA

Un grupo de niños construyó un castillo de arena muy grande en Mar del Plata. Lucas, el más inquieto, ideó
y diseñó el castillo, Riqui trajo los elementos de trabajo – palitas, rastrillo, balde –, Nicolás aportó los juguetes,
como ser muñecos, animales de goma, autitos, camiones, y Florencia, la única niña, los adornos: flores,
campanitas, colgantes plásticos.
– Construiremos un gran castillo que llame la atención de todos, más grande que nuestro tamaño –había
dicho Lucas.
– Tenemos que levantarnos muy temprano y llegar a la playa antes que lo ocupe la gente – había pensado
Riqui –. Y elegir un lugar cómodo, que no moleste el paso y que quede a la vista de toda la gente y llamar así la
atención para que lo respeten y nos alienten en su construcción.
Y Nicolás había dicho:
– Yo voy a hacer un puente para que pasen los autos y también los camiones.
– Yo traeré los adornos para el interior del castillo – había dicho Florencia.
Lucas, el que parecía más pensante, había opinado que debían calcular muy bien el lugar, de manera que la
construcción del castillo les durase todo el día.
Los cuatro llegaron bien temprano a la playa y se pusieron a trabajar. Después de casi tres horas de esmero,
el castillo estaba terminado y era la admiración de todos. Una cámara de tele se acercó y las fotos se sucedían una
tras otra.
Lucas lucía sus antiparras, Riqui sus patas de rana y Nicolás su equipo de buzo. Florencia portaba un
chaleco salvavidas.
Los cuatro entraban y salían de su interior, ante la mirada atónita de los veraneantes por la construcción de
un castillo de ese tamaño. De repente, todo se nubló y el mar comenzó a agitarse. Una ola gigantesca envolvió a
toda la playa y no dio tiempo a ninguna reacción posible. En ese momento, los niños jugaban adentro del castillo.
Se vieron arrastrados, sobre una plancha de tergopol, hacia el fondo del mar. Se tomaron de las manos, veían que se
hundían, no podían reaccionar, bajaban por un tobogán de luz hacia las profundidades del mar. Algo tocaron, no
sabían qué. Lucas dijo:
– Yo toco algo que me pincha las manos.
– Parece que es una tortuga – dijo Florencia –, una tortuga gigante.
– Sí – confirmó Riqui – tiene la piel espesa, estamos encima de su coraza. No se saquen las antiparras, no
salgan del cono de luz, no nos soltemos.
– La luz tiene aire – dijo Lucas –. Podemos respirar.
– Estamos como en una campana que nos protege – gritó Nicolás.
Los rodean muchos peces de colores, que se confunden unos con otros. Un lobo
marino vine hacia ellos, pero se detiene bruscamente, al no poder travesar la zona de la campana. Algas que
bailotean formando como un ballet, en el silencio del fondo del mar, ante los ojos azorados de cada uno de los
chicos. La comunidad acuática conforma un paisaje armónico, de fantasía y paz al mismo tiempo.
Florencia, enmudecida, miraba extasiada a su alrededor.
– Qué belleza, qué maravilla – dijo para sí.
Enseguida salió de su asombro y les gritó a sus amigos:
– Miren, esto es insólito. Ya no tengo miedo. No se da siempre en nuestra vida allá arriba, en la
superficie.¡ Escuchen, escuchen la música!
Todos se miran, como preguntándose, dónde está la música. Pero lo único que
les interesaba era que la campana siguiera iluminada y que no chocara contra las rocas.
– ¿Estaremos todos muertos? – preguntó Nicolás –. No me quiero morir.
– Esto es un sueño, un dulce sueño – agregó Riqui.
– No es posible que todos estemos soñando lo mismo, qué dulce ni qué dulce—gritó Lucas enojado y
dijo, decidido--No vamos a morir, yo los voy a sacar de aquí. Motoricemos a la tortuga y hagamos remos también
con las piernas.
– Y con las manos abramos el paso – dijo Nicolás –. La tortuga nos va a subir
Y a medida que van subiendo, tropiezan con banquetas playeras, gorritos,
anteojos, baldecitos y otros chirimbolos que se van hundiendo. Y al revés, los chicos suben.
Mientras Florencia seguía impactada por la armonía vegetal y animal del fondo del mar, por la hermosura
de ese paisaje.
--Por favor, que todos esos materiales no dañen este paraíso—rogó ella.
-- El único paraíso será volver a casa—le contestó Nicolás.
-- Y que podamos contar el cuento—reflexionó Riqui.
Lucas intervino, con bronca.
--Déjense de embromar, guarden energía para volver sanitos y salvos. Vamos…
– ¡Rememos, rememos, rememos! ¡Tomemos la luz como camino a la superficie! ¡Rememos, rememos,
rememos…!

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