viernes, 10 de agosto de 2012

Cayetano Ferrari--Pentagoneando




1-Yo lo vi clarito y cierto como lo veo a usted. El hombre llega al lugar haciendo muecas raras. Como plomo fundido se le desprende la carnadura y la osamenta…Y veo que limpita y alegre le salió la sombra.

2-Durante más de treinta años, usted concentró todas sus energías y sus talentos en lo que parecía inasible. Pudo transformar en un solo cordón, por procedimientos de materialización avanzada, un carretel palpitante de las horas perdidas. Allí estaban sus horas muertas, sus momentos de espera inútil, sus horas malgastadas. Porque usted sabía que tres hilanderas inmortales rigen férreamente nuestro tiempo, pretendía apelas ante aquélla que con tijeras de platino cortaría impiadosa su hilo vital.

Y el día que la podadora lo vino a visitar usted le espetó:

-¡Alto, Átropos: aquí tengo, en este carretel dinámico, el tiempo no vivido: el tiempo que dejaba pasar, el tiempo que los otros me han hecho perder, que me obligaron a matar. Es mucho tiempo, casi como el vivido. ¿No es justo que lo viva?

-Es justo lo que pides. Sígueme y comienza a computarlo.

Lo llevó hasta un gran muro de varios pórticos, de vidrios esmerilados y reflectantes. Una de las puertas se abrió silenciosa. Átropos le advirtió: “Aquí dentro no tendrás tiempo para perder, ni nadie interferirá en tus planes. Te confieso que no puedo cambiar la naturaleza del tiempo perdido. Vívelo como puedas”. Lo empujó suavemente y usted estuvo en esa especie de laberinto, en el que solo se oían los desgarrantes bufidos de algún minotauro.

Usted prendido de la punta del cordón de su hilo vital, no hacía otra cosa que correr estremecido tras el carretel que se desenrollaba sin apelaciones.

3-¡Oh! ¡Si el tiempo fuera más tolerante-como diría Baudelaire-si no trajera su demoníaco cortejo de recuerdos, de nostalgias, de espasmos, de pesadillas, de neurosis y de cólera! Si fuera más sensato, menos prepotente. Yo me propuse cerrarle el paso a ese cortejo ominoso, y hubo un sonido rítmico (quizá el teléfono inalámbrico). Me levanté de un salto de la silla y mi estilográfica rodó por el piso (oí su opaco ¡pac!). Y el despertador cayó de su estante y perdió las pilas. Al tiempo nada le importa. No pude evadirme de su atropello. Todo se derrumba sobre mí. Sin embargo mi pensamiento percibió el latido de mi alma. ¡Esa es la ira del tiempo! Todo lo tritura, todo; pero imposible des-animar, acallar el latido del alma de los hombres.

4-Según narra un viejo cuento hindú, en cierto lugar vivían cuatro hermanos que se tenían el mayor afecto. Tres de ellos se habían instruido en todas las ciencias, el cuarto no había estudiado, mas era muy discreto. Los cuatro hermanos acordaron emprender un viaje parar conocer las paradojas de la vida. En un claro del bosque vieron la osamenta de un hombre en descomposición. El mayor de los hermanos propuso: “Vamos a probar nuestra ciencia: aquí yace un muerto en putrefacción, pues a devolverle la vida con nuestro saber: yo sé ordenar, soldar y alargar los huesos”. Dijo el segundo: “Yo sé restaurar el cerebro carcomido, la carne descompuesta y la sangre reseca.” El tercero afirmó: “Yo sé infundirle la vida.”

Obraron los hermanos y cuando el tercero estaba a punto de darle vida se lo impidió el discreto, recordando: “¡Es un monstruo! Si le das vida, nos matará a todos.” El mayor de los hermanos, contestó:” ¡Necio! No permitiré que la ciencia quede estéril en mi mano. Repuso aquél: “Pues espera un momento hasta que yo me haya escondido en esa disimulada caverna.” Así se hizo. El monstruo recobró la vida, y mató a los tres hermanos. El discreto salió del escondite cuando el monstruo ya se había alejado, y volvió a su casa llorando.

Ese monstruo es el primer antepasado de Frankenstein, el esperpento que asedió la mente de Mary Shelley en 1817, durante una noche de tormenta, y sigue asediando a todos los futuros imitadores de Dios.

5-Idealizaba un sueño: quererte sin las manos. Desearte sin besos en la boca. Quererte sin los sentidos. Me equivoqué. Fui como todos. Finalmente resultó la misma cosa de todos. Te amé como aman todos.





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