viernes, 10 de agosto de 2012

El regalo--Ray Bradbury(1920-2012)



Mañana sería Navidad, y aun mientras viajaban los tres hacia el campo de cohetes, el padre y la madre estaban preocupados. Ra el primer vuelo por el espacio del niño, su primer viaje en cohete, y deseaban que todo estuviese bien. Cuando en despacho de la aduana los obligaron a dejar el regalo que excedía el peso límite en no más que unos pocos kilos con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban la fiesta y el cariño.

El niño los esperaba en el cuarto terminal. Los padres fueron allá, murmurando luego de la discusión inútil con los oficiales interplanetarios.

-¿Qué haremos?

-Nada, nada. ¿Qué podemos hacer?

-¡Qué reglamentos absurdos!

-¡Y tanto que deseaba el árbol!

La sirena aulló y la ente se precipitó al cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar, Y el niño entre ellos, pálido y silencioso.

Y el cohete despegó y se lanzaron hacia arriba en el espacio oscuro. El cohete se movió y dejó atrás una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, subiendo a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses. Ni años, ni horas. Durmieron durante el resto del primer “día”. Cerca de medianoche, horas terráqueas, según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:

-Quiero mirar por el ojo de buey.

Había un único ojo de buey, una “ventana” bastante amplia, de vidrio tremendamente grueso, en la cubierta superior.

-Todavía no-dijo el padre-. Te llevaré más tarde.

-Quiero ver dónde y adónde vamos.

-Quiero que esperes por un motivo-dijo el padre.

El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en el regalo abandonado, el problema de la fiesta, el árbol perdido y las velas blancas. Al fin, sentándose, hacía apenas cinco minutos, creyó haber encontrado un plan. Si lograba llevarlo a cabo este viaje sería en vedad feliz y maravilloso.

-Hijo-dijo-, dentro de media hora, exactamente, será Navidad.

-Oh-dijo la madre consternada. Había esperado que, de algún modo, el niño olvidaría.

El rostro del niño se encendió. Le temblaron los labios.

-Ya lo sé, lo sé ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.

-Sí, sí, todo eso y mucho más-dijo el padre-

-Pero…-empezó a decir la madre.

-Sí-dijo el padre-. Sí, lo verás. Todo eso y más, mucho más. Perdón un momento. Vuelvo enseguida.

Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó sonreía.

-Ya es casi la hora

-¿Puedo tener tu reloj?-preguntó el niño.

Le dieron el reloj y el niño sostuvo el metal entre sus dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el movimiento insensible.

-¡Navidad!¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?

-A eso vamos- dijo el padre y tomó al niño por el hombro.

Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo, y subieron por una rampa. La madre los seguía.

-No entiendo.

-Ya entenderás- Hemos llegado- dijo el padre-

Se detuvieron frente a la puerta cerrada de una cabina. El padre llamó tras veces y luego en dos, en código. La puerta se abrió y la luz llegó desde la cabina y se oyó un murmullo de voces.

-Entra, hijo-dijo el padre.

-Esta oscuro.

-Te llevaré de la mano. Entra mamá.

Entraron en el cuarto y la puerta se cerró, y el cuarto estaba, en verdad muy oscuro. Y ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de un metro y medio de alto y dos metros de ancho, por la que podrían ver el espacio.

El niño se quedó sin aliento.

Detrás el padre y la madre se quedaron también sin aliento, y entonces en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.

-Feliz Navidad, hijo- dijo el padre.

Y las voces en el cuarto cantaban los viejos, familiares villancicos; y el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el vidrio frío del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, mirando simplemente el espacio, la noche profunda, y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas…



No hay comentarios: