viernes, 10 de agosto de 2012

¡Qué lento corre el tren!--Catalina Gutrejde




                                                                                 ¡Qué lento corre el tren,

                                                                                   qué ganas de llegar,

                                                                                    y las horas van pasando…

El chirrear de los trenes sobre los rieles le anuncia que por fin llegó a la estación de su pueblo.

El frío que llega de los cerros le empaña los ojos disimulando sus lágrimas.



                                                                                   …Y la ansiedad

                                                                                      de ver las cosas del ayer

                                                                                       hace vibrar todo su ser.

Camina llevando su pequeña maleta en el mano. Debe atravesar varias cuadras de casa bajas, donde el humo de las chimeneas desprende anillos que se pierdan en las nubes, mientras perros vagabundos disfrutan la libertad de sus juegos, ladrando a su paso.

Francisco llega a su casa, la que cerró al fallecer su esposa. Le tiembla el pulso al poner la llave en la cerradura.

Un fuerte olor a humedad lo recibe, abre las ventanas iluminadas por el atardecer; el aroma a pinos avanza con fuerza.

Recorre el amplio comedor, la mesa luce aún el mantel bordado por ella; las sillas a su alrededor invocan presencias. Lugo la cocina, sobre el fogón, la pava y el mate quedaron esperando.

Todo está intacto, pero la tristeza se refleja en las paredes descascaradas, el silencio es ensordecedor.

¡El dormitorio!, entra sin encender la luz, tropieza, levanta las pantuflas de Marcela, estaban distraídas al lado de la cama, las besa, invoca su nombre.

Así llega a lo que fuera su lugar de trabajo, una pequeña carpintería, sobre una mesa alagada las herramientas diseminadas lucen el óxido del tiempo, el desorden allí reinante, la viruta en el piso, dan prueba de una labor interrumpida.

Sale desesperada, no pensó que el reencuentro con el pasado le haría tanto daño.

Se sienta en el umbral de la casa mirando la nada. Escucha una voz, alguien se acerca: un niño humildemente vestido acompañado por un animalito negro como la sombra, se sienta a su lado pidiéndole algo para comer.

Lo acaricia. Una vida nueva aguarda a este hombre que siente que en su corazón anida una gran ternura por dar.

El dolor deja paso a la esperanza, y el volver a empezar se instala en su mente. Ahora enciende todas las luces, desde un retrato la esposa sonriente le dice Gracias, y recordando su tango preferido le responde:



                                     Y con la dulce ensoñación de la

                                      Ilusión, tu amor me viene a acariciar.



No hay comentarios: