sábado, 18 de agosto de 2012

LA CASA SIN MÍ--HÉCTOR SERRANO

Mi cara, desde un marco de plata repujado, mira todo. Y yo también. Veo la blanca escalera, el vestíbulo con su patio de mosaicos, el vitreaux de mil flores de colores que da al patio. Veo el escritorio, el comedor. Mis cumpleaños, desde chico en ese comedor. La algarabía de todos, primos y amigos que me festejaban.

Mi madre y mis tías, atendiendo a todos. “Quiero naranjada”, “¿Cuándo viene la torta”, ¿Te gustó mi regalo?” Y después a jugar en la terraza.

Mi barrio era un barrio bajo, chato. Desde la terraza se veía el infinito. Aquella es la iglesia de la plaza. Ese edificio de dos pisos es el club. El Arsenal de Guerra. Más allá la cárcel…Viéndolo a través del tiempo, fue un barrio triste. No para mí en la niñez. Tenía la fábrica de hielo, el aserradero, la plaza Garay. Había tantas cosas… Yo siempre estaba en la calle. El Edy, el carbonerito, el hijo del zapatero, la hermana de Nancy… ¡Qué sé yo! Éramos tantos…Y mi madre en la puerta para “A tomar la leche” “¿No lo viste al Pupi?” “Sí, señora, se fueron al baldío de la vuelta a jugar a los indios”.

Y volvía a la casa a tomar la leche. Ese día solo. En el comedor de diario. Café con leche con rebanadas de pan con mermelada. “Y tomá ese vaso de leche de una ve que se enfría”

Mi casa era una fiesta. Con mis hermanos mayores. Mi hermana era maestra y tenía alumnos particulares y además tenía una academia por correspondencia donde enseñaba contabilidad, taquigrafía y otras cosas. Mi hermano trabajaba en una compañía de electricidad y también ayudaba a un contador. Mi papá fue empleado de correos hasta 1946 en que lo jubilaron. Leía mucho mi papá. Tenía una biblioteca grande y me contaba cuentos. Cómo me gustaría tenerlo, pero ahora, ya de grande. Heredé esa biblioteca a la que muchas veces me acerqué no soloa leer sus libros, sino a acariciarlos y tenerlos un rato en las manos, y recordar cuando lo compré, quién me lo regaló, cuándo lo leí.

En esa casa vivíamos todos. Los cinco y algún perro de turno agregado. Era una casa grande. Patio, terraza, la cocina en el fondo. Ahora, miro a través del retrato, la veo tan igual y tan distinta. Es una casa sin mí. Aunque me recuerde cada rincón, en cada cuarto, en la escalera del fondo, yo ya no estoy. Nos fuimos yendo silenciosos, furtivos, para que el otro no se diera cuenta.

La casa fue un poco, mucho, mi vida. Ahora que no estoy y veo a través del retrato, siento que ya esa casa no tiene sentido sin mí. Veo sus paredes con muchos recuerdos. Sus persianas cerradas. Sus grietas, algún vidrio roto…algún clavo clavado ya sin uso…Ya algunas habitaciones están vacías.

Ya no está el comedor, ni el piano de mi hermana, ni la mecedora de alguna tía perdida en el tiempo.

Solo quedan claros u obscuridades.

Alguien toma mi retrato y me lo ofrece. “¿Qué edad tenías?”

“No sé…veinticinco años, no sé…” Lo tomo y lo miro.

Mi mujer me dice: “¿Lo llevamos?” Se lo devuelvo. “No, déjalo con las cosas de la casa” La abrazo.

Y mientras bajan los últimos muebles cierro alguna canilla que quedó goteando.





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