viernes, 10 de agosto de 2012

Una experiencia--Gittel Gruber



Me levanto temprano, como d costumbre. Salí de casa masticando chicle de una caja que mi hermano me obsequió de su viaje de Miami. Diariamente salgo a correr por los bosques de Palermo, con el chicle en la boca. Me da fuerzas y magia. Al rato de comenzar mi caminata diaria, se suma más gente. Ya nos conocemos. Sonreímos al saludarnos y en silencio corremos.

Después de varias vueltas, me siento en un banco de la plaza. Estoy un poco cansada. Poco después todos quedamos atónitos. Vemos bajar del cielo una nave espacial, como en las películas. Descienden dos hombres bajitos de vestimenta rara. Parecen extraterrestres. Y comienzan a caer flores multicolores y cada vez más rápidamente se llena el predio de flores y más flores. Se percibe una fragancia exquisita. Es tanta la cantidad de flores que quedamos como estatuas, petrificados. Los hombrecitos no hablan, se comportan extrañamente. Esto nos desespera, nos sentimos tapados por las flores. No tenemos salida y estamos inmóviles. De repente el cielo se oscurece: truenos y relámpagos. Se desata una lluvia torrencial, que amenaza con inundarnos. Y ya el agua incontenible nos llega hasta la cintura. Desesperados nos tomamos de las manos. Creemos que es el final, atinamos a cantar el himno nacional. Cuando finalizamos de cantar, sorprendidos vemos que la lluvia cesa. Sale el sol, las aguas bajan inmediatamente, las flores desaparecen. Nosotros estamos secos por completo. Nos pellizcamos para comprobar si estamos vivos. Todo nos parece haberlo soñado.

Por eso la vida es una lucha diaria. Todos los días nos esforzamos para progresar, para ser mejores, desarrollar nuestros sentimientos solidarios. Buscamos un camino que nos conduzca a la armonía de pensar y de trabajar. Así es más llevadera nuestra existencia. Es bueno soñar.


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