viernes, 24 de agosto de 2012

PRIMAVERA--CAMILA GOIRIZ


Era un día común, como todos los días, pero tenía algo especial,- la primavera, todos pensaban, que lindo día!, hoy va a ser el mejor día del mundo, eso pensaba yo también…, pero después, no era todo como uno creía…, esto paso así:

Tres de la tarde, paseaba con mi bicicleta, pero de pronto, vi una casa en la que se estaban mudando. En realidad, no sé si se mudaban,¡ que extraño!, sin valijas, sin muebles. Nunca había visto a esas personas. Cuatro de la tarde, decidí ir a comprar pan para mamá; ellos me saludaron, moviendo sus manos. La casa era muy grande!, creo que se la habían prestado, volví a casa, ¡ya eran las cinco!, hacía un calor tremendo!. A las seis me invitaron a merendar; yo acepté, para conocerlos más. Hablamos, tomamos té con leche, cuando me estaba yendo, vi una puerta, de atrás de la casa. Entré… tenía una escalera muy larga, y estaba muy oscuro, saqué de mi bolsillo el encendedor de mamá, y vi personas, pensé que estaban vivas; pero en realidad estaban muertas. En ese momento no reaccionaba. Salí lo más rápido que pude, corriendo, sin gritar de lo asustada que estaba. Entré a mi casa, no estaba mi mamá, ni mi papá, ni mi hermanito!. Salí corriendo, y me fui a lo de mi vecina Christina, hablamos, le conté lo sucedido, llamamos a la policía, revisamos el galpón, donde estaban las personas; pero no había nadie. En ese momento pensé que estaba volviéndome loca, pero ¡no!, yo lo vi. La gente me miraba muy mal, ya eran las ocho de la noche. La gente me decía…, no arruines la primavera; volví a casa, no estaba mi familia, ¿qué hago ahora? Para tranquilizarme caminé hasta el mar, para relajarme. Me fui con mi fierro de la suerte que me regaló papá, se me cayó al agua, y tirarme no podía hacerlo, decidí regresar. A las once, volví a ir al mar, cuando me estaba yendo, me doy vuelta, estaban esas personas. Intenté hacerles algo, eran espíritus, jajá, con razón ni la gente, ni la policía los veía. M tiraron al agua, trate de defenderme hasta que encontré mi fierro, les di un golpe en la nuca y me escapé. A la una de la mañana llegué a mi casa muy asustada, sin hablar, ni siquiera podía mover la mandíbula; me senté y me dormí. Mis padres se habían ido a pasear. Tres días después salí a la puerta y de pronto los vi,¡ que se volvían a mudar! Al verlos, casi me muero, y ahora que me acuerdo, los espíritus no mueren. Seguiré en la lucha.





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