viernes, 10 de mayo de 2013

ANUSHIRWÁN Y LA CAMPESINA



Cuentan que el justo rey Cosroes Anushirwán salló un día de caza montado a caballo y que. persiguiendo a una gacela, quedó separado de sus soldados. Mientras iba corriendo detrás del animal, vio que se encontraba cerca de una aldea, y como tenía mucha sed. se dirigió a ella y llamó a la puerta de una casa que estaba junto al camino, para pedir agua. Salió a abrir una muchacha, que lo miró, y acto seguido se volvió al interior de la casa. Exprimió el zumo de una sola caña de azúcar, lo mezcló con agua, vertió el líquido en una copa, lo espolvoreó con al­go perfumado que parecía polvo y se lo ofreció a Anushirwán. Éste, al mirar la copa, vio que en ella flotaba una especie de polvo, y se puso a beber poco a poco hasta vaciarla. A conti­nuación le preguntó a la muchacha:
—Niña, el agua estaba buena. ¡Y cuánto más dulce hubiera sido si no llega a haber en ella esas impurezas que la enturbiaban!
  Huésped -respondió la muchacha-, he puesto deliberadamente esas impurezas que en­turbiaban el agua.
—¿Y por qué lo has hecho? -preguntó el monarca.
—Porque he visto que tenías mucha sed y temí que bebieras la copa de un trago y te hicie­ra daño. Si no llega a ser por las impurezas, hubieras bebido demasiado de prisa y el hacerlo así te habría perjudicado.
El justo rey Anushirwán se quedó maravillado ante tales palabras y ante la inteligencia que mostraban, adquiriendo la seguridad de que lo que había dicho la muchacha constituía un in­dicio de que era inteligente y despierta y de que tenía buen juicio. Le preguntó a continuación;
—¿Cuántas cañas has exprimido en aquella agua?
—Una sola -respondió ella.
Anushirwán se admiró de nuevo y pidió el registro del impuesto territorial que correspondía a aquella aldea, y vio que el tributo era pequeño. Pensó entonces para sus adentros que, en cuanto volviera a su capital, aumentaría la tasa de aquel pueblo, pues se decía: 'Una aldea en la que se obtiene tanto zumo de una sola caña no puede pagar un impuesto tan pequeño".
Luego se fue para seguir cazando y, a la caída de la tarde, volvió a pasar solo junto a aque­lla puerta y pidió de nuevo agua. Salió la misma muchacha, lo vio y lo reconoció. Entró en la casa para prepararle el refresco, pero tardó un buen rato. Anushirwán le pidió prisa y le pre­guntó:
—¿Por qué has tardado tanto?
  Porque no ha salido una cantidad suficiente de zumo de una sola caña -respondió la mu­chacha-. He tenido que exprimir tres cañas y no he obtenido tanto como antes de una sola.
—¿Y a qué se debe esto? -preguntó el rey Anushirwán.
—A que han cambiado las intenciones del sultán -respondió.
—¿Y de dónde te viene esa idea?
—Siempre hemos oído decir a los sabios que si cambia la intención del sultán con respec­to a un pueblo, desaparece su buena fortuna y escasea su prosperidad.
Anushirwán se echó a reir, abandonó la idea que se le había ocurrido relativa a los impues­tos de aquel pueblo y se casó inmediatamente con la muchacha, asombrado ante su gran in­teligencia, su agudez y su don para decir las cosas.
Cuento de Las mil y una noches.,
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