Cuando
llegué a la parada, el colectivo estaba por arrancar. El chofer al ver mi
bastón, me dijo: - disculpe, no la vi, sino hubiera arrimado justo al cordón.
Me quedé atónita al oír que un
conductor de colectivo diga eso; es totalmente inusual.
_ No importa, contesté, todavía puedo subir sin dificultad.
¿A dónde viaja?
_ A
"cualquier parte", le contesté. Me miró con extrañeza, mientras
aguardaba el semáforo verde.
_ Bueno le doy hasta la terminal. ¿Está bien?
Si contesté.
_ Cuando llegue allí decide lo que quiere hacer.
_Por su puesto.
Me senté en
el segundo asiento; no acepté el primero que me ofrecía una señora al ver mi
bastón.
_ Gracias le
dije, el de atrás está desocupado.
El micro
demoro 55 minutos para llegar a su destino final, tiempo que aproveché para
distraer la mirada.
Ya no
quedaba en el colectivo más que una señora con una nena de unos nueve años. Se
bajaron; detrás de ellas me puse de pie. El chofer que me había observado, de
tanto en tanto, entre intrigado y curioso, me dice: bueno señora aquí termina
el viaje, si quiere regresar enfrente tiene la parada que vuelve al lugar donde
usted lo tomó... y se quedó mirándome como esperando respuesta.
_Gracias le
dije.
Me dejó
tranquila y mejor de ánimo. Era un muchacho joven, que podía ser mi hijo; casi
mi nieto. ¿Necesita que la ayude? Aquí termina mi horario por hoy. _ No
querido, le dije en un maternal impulso que a mí misma me sorprendió. Reconozco
que soy impulsiva, pero sé bien emplear mis sentimientos, y ese joven, desde
que ascendí al colectivo me dio pruebas de ser educado y respetuoso, virtudes
totalmente desaparecidas en este contexto social en que vivimos.
_ ¿Está
segura que se siente bien?...
¿Y por qué no?
_ Porque al subir en Caballito me pidió
boleto a "cualquier parte".
_ ¿Ah... sí, sabes por qué?
Cuando salí de casa, no tenía idea a
donde iba a ir; si entrar a la confitería de enfrente, o irme, eso; a
"cualquier parte" no me interesaba el destino, quería huir de mi
misma.
¿A vos nunca te pasó?
_ Sí, pero cuando mi estado de ánimo se
convierte en mi enemigo, recurro a mi pobre vieja...que me queda mirando como
diciendo ¿"y a éste que bicho le picó?"
_ Eso mismo, los clásicos momentos de los
que uno no puede zafar. Por eso en momentos como este, cuando el fantasma de la
soledad me acorrala, subo a un colectivo y escapándome de mi misma, pido un
boleto a "cualquier parte". Bueno, gracias muchacho, veo que está por
partir el coche que debo tomar.
Cuando llegué a la puerta el joven
todavía estaba allí, lo miré con una sonrisa y el me tiró un beso con la mano.
Mientras viajaba
de regreso a mi casa, era tal mi sentimiento de gratitud que no veía nada a
través del vidrio; mis pensamientos se aprisionaron en el interior de mi alma y
me sentí feliz porque la sonrisa y el beso tirado al azar obraron el milagro de
disipar la soledad
No hay comentarios:
Publicar un comentario